miércoles, 30 de noviembre de 2011

El último valle

Recuerdo que cuando vi esta rara película por primera vez, sentí una descarga de melancólica nostalgia hacía una vida que no recuerdo, pero que sin lugar a dudas mi espíritu asimiló como experiencia pasada. Hoy por hoy, resulta fascinante el paralelismo que, con toda facilidad, puede discurrir entre la realidad de un mundo que cada vez se asemeja más a una prisión financiera, y el utópico y escondido lugar que se nos presenta en esta buena obra del séptimo arte. Un grupo de mercenarios, violentos y famélicos, hostigados por la peste y por un conflicto bélico que ya no comprenden y cuyos ideales no respetan,  liderados por un inteligente, frío y calculador jefe (Michael Caine), encuentran refugio en su particular cruzada contra el hambre y la desesperación, en un remoto valle que ha quedado milagrosamente aislado y al margen de la Guerra de los treinta años. Allí, protegidos por las cumbres y la vegetación que los separa de la barbarie exterior, tratarán de organizarse y pactar con los habitantes de la zona para llevar una existencia en un principio idílica y pacífica, defendiéndolo de los invasores y de las amenazas que vengan del demoníaco mundo de los hombres, al otro lado de las montañas.





Esta película, hizo que aflorasen en mí multitud de sentimientos estrechamente vinculados con la pasión que siempre he sentido por la vida en un ambiente rural y su naturaleza, exhuberante e inocente, virgen aún ante la desmedida profanación humana. También el sentido desprecio que profeso por el condicionamiento sistémico actual, y la infinidad de trabas y zancadillas económicas que padecen sus sufrientes huéspedes. Al final, también en estos lugares, el monstruo te encuentra, por muy lejos que te encuentres y por mucho que intentes evitarlo. Este es mi miedo, padre de todas las alarmas de las cuales se nutre mi arcaico y polvoriento instinto. ¿Donde podremos llevar una vida digna, alejada de los horrores de la civilización? La selva se seca, y desaparece, rodeada por el imparable crecimiento del cáncer económico, las praderas y las llanuras se desertifican o se homogenizan, vasallas de la mecanización agrícola, los bosques se simplifican y se enrarecen, las especies van muriendo y desapareciendo, asustadas, traumatizadas, sin espacio vital para sobrevivir en tranquila armonía con el medio salvaje e impertérrito que las vió nacer. 


Escena en la que Vogel (Omar Shariff), descubre el último valle


Busquemos los últimos valles, los últimos reductos, para asentarnos en ellos sin provocar rupturas ni desequilibrios, estableciendo una sinergia inteligente con el entorno, aprendiendo de la tierra y de sus cíclos, respetando la naturaleza y agradeciendo todos sus frutos, organizados mediante el trueque y el sacrificio por los demás en aras del bien común. Aún es posible una vida auténtica y placentera, no exenta de esfuerzo, pero al menos, una vida humana, y no la esclava que se pretende imponer al hombre terminal, que estúpido y desnortado, cree reinar endiosado en la modernidad de su tiempo.




1 comentario:

  1. Es triste que primen los intereses económicos por encima de todo. Solo tienes que ver la actual cumbre del clima que se está celebrando en Durban, Sudáfrica, solo aportan excusas para no cumplir ningún compromiso y mientras tanto la naturaleza y todo nuestro mundo yendose por el garete gracias a la inhumana explotación ilimitada del ansía viva del hombre. Una verdadera lástima. Un saludo

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