lunes, 27 de febrero de 2012

De Rewalsar a Rishikesh: El infierno gris

Pasándolas putas, debería de ser el titulo de esta entrada, a tenor de la odisea que tuvimos que pacientemente padecer Steve y yo durante los días 24 y 25. "That is India!", repetía mi aguerrido compañero, cada vez que me oía resoplar de cansancio o quejarme con razón, a causa del frío, la fatiga acumulada y la rabia y la desesperación por horas, tiempo y dinero perdidos. En efecto, así es India, insólita, impredecible, para bien o para mal, siempre sorprendente. Un país caótico, que en ocasiones puede convertirse en la peor pesadilla posible. Por lo tanto, mejor tomarse los acontecimientos con filosofía, porque en esta tierra todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Dicho esto, y antes de empezar a narrar nuestras peripecias, debo reconocer que sin la compañía y el apoyo moral de este veterano trampero de Idaho,  que a pesar de rondar los 60, aún es capaz de trepar las cumbres mas elevadas del planeta, el viaje hubiere resultado ciertamente muy diferente.


Rewalsar


Pasadas las 3 de la tarde del día 24, salimos apresuradamente de Rewalsar, no sin antes despedirnos efusivamente de todos los amigos que inevitablemente conoces, y quedan atrás.  Nuestra intención pasaba por coger un autobús en Mandi, "(Ordinary Bus, o el mas barato), dirección Chandigarh, para después tratar de conseguir un tren hacia Varanasi. Todo un suicidio, sin plazas de tren reservadas, pero debíamos esperar hasta el 29 para hacernos con dos billetes en clase "sleeper", y no nos daba la gana esperar tantos días, literalmente. Nuestra esperanza, pasaba por aplicar al "Tat-Cal", una especie de método que consiste en acudir pronto a cualquier estación de tren, poner cara de europeo autoritario, y pagar algo mas a cambio de alguna reserva cancelada. Según mucha gente a la que preguntamos, este método funcionaba.

Lo primero era llegar a Mandi, y para ello, nos subimos a un bus local (27 rp), de una hora de trayecto, que bajaba por las montanas atravesando un agradable paisaje compuesto de pinares y salpicado, aquí y allá, por granjas de carácter agreste y familiar. Niños volviendo del colegio y entrañables y simpáticos viejecillos, constituyeron el paisaje humano del viaje. Al llegar a Mandi, de nuevo tuvimos que enfrentar el caos y la muchedumbre típicos de la India. Nos dirigimos rapidamente a la estación local, con la intención de reservar nuestros billetes en el "Ordinary Bus". Este colectivo se diferencia del Semi-Sleeper Deluxe Volvo, habitado por cucarachas y con asientos reclinables que cogimos de Delhi a Rewalsar, en primer lugar, por ser un Tata  metálico cochambroso, y en segundo, porque es el autobús de la plebe, no hay asiento reservado, y frecuentemente debes viajar de pie, además de aguantar las innumerables paradas que realiza en pueblos y ciudades. La distancia parecía corta, 190 km, y el precio, asequible, 210 rupias por cabeza. Nos las prometíamos felices, inocentes como párvulos, pero todo el castigo físico y psicológico cayó sobre nuestras ánimas con  fulgurante estrépito. 7 horas a través de montañas rebosantes de ruidosos Tata, curvas interminables, baches demoníacos que te hacían galopar sobre el asiento, paradas en mugrientas áreas de servicio con olor a orín, empujones, gente subiendo y bajando, y todo el polvo y la contaminación nacional entrando constantemente por las ventanillas, constituyeron el menú principal del viaje.

Finalmente, alrededor de las 10 de la noche, fuimos depositados como estrujados desechos, en la estación de Chandigarh, ciudad, según el lavandero de Rewalsar, de las mas limpias y bellas del norte de la India. Nosotros sólo vimos casuchas, ínfimas viviendas, chiringuitos y pseudo-talleres de pacotilla, sumidos en la más absoluta y polvorienta oscuridad. Daba la sensación de estar entrando en Madrid por cualquier carretera del sur de la ciudad, con la única diferencia de ser 10 veces mas cutre. Nada mas bajar del autobús, fuimos alcanzados por una horda de buitres famélicos de rupias, que nos asediaron a la persecución picoteándonos los oídos durante varias decenas de metros, ofreciéndonos rickshaws, hoteles y cualquier cosa inimaginable que no pudimos entender. Cansados y agobiados, salimos espantados de la zona, y tras preguntar en un par de hoteles, finalmente supimos que la estación de tren se encontraba a 8 km del centro, así que los buitres se salieron con la suya, y negociamos por 80 Rp el trayecto, al que se suponía, ilusos de nosotros, debía de ser nuestro penúltimo destino antes de aterrizar en Varanasi.

La estación de tren de Chandigarh, era un reflejo mas de lo que es India. Gente tirada por todas partes, apesadumbrados algunos, adormilados los otros, perdidos los todos. Nos acercamos temerosos a una de las ventanillas, haciendo una cola de tres personas, que se convirtió en una de 10, debido a las intromisiones de varios tipos que seguramente, conocedores de nuestra dubitativa y errática apariencia, no dudaron ni un segundo en saltarse el turno, deslizándose como maliciosas serpientes ante nuestra cansada y permisiva mirada. Por fin nos atendieron, y no entendíamos una palabra de lo que el pasivo funcionario nos explicaba con desgana. Entretanto, la gente seguía llegando a raudales, comprando billetes como si nada. Decidimos cambiar de garita, y esta vez si, un tierno y avezado indio, que se asemejaba a un pitufo, consiguió explicarnos, tras 5 intentos fallidos, que la única opción posible era una conexión con Mughalsarai, a diez kilómetros de Varanasi, y un cambio de tren para el final del trayecto, habiendo plazas disponibles en 2AC (segunda clase aire acondicionado), por 1340 rp. Bastante caro, pero sonaba bien, dado nuestro ruinoso estado de agotamiento. Además, el tren pasaba a la 1 de la madrugada, y por fin, podríamos descansar.

Muy amablemente, y dándonos un trato de favor inusual, nos invito a acceder a la oficina, donde nada mas entrar, pudimos ver divertidos cómo una rata gigante se escondía debajo de unos armarios. Ya estábamos sentados y con el dinero encima de la mesa, cuando el pobre hombre se percató de que sólo había una plaza disponible. Las opciones pasaban pues por esperar en la estación hasta las 7, para hacer cola en un edificio anexo que abría a las 8, y tratar de encontrar un par de billetes, aunque fuera, sentados en quinta clase ( hay cinco: 1ac, 2ac, 3ac, sleeper o la mas asequible, y la ultima, para la gente sin posibles, es decir, la inmensa mayoría).

Lo que a continuación vino esa noche, fueron 6 horas interminables de frío, deambuleo constante por el anden, y agotamiento creciente. Tratamos por dos veces (la segunda con éxito, la primera fuimos invitados amablemente a salir), de refugiarnos en el cuarto de espera de mujeres "ladies waiting room for sleeper class", que estaba felizmente vacío. Si alguien se pregunta porque no optamos por el de los  hombres, fue por un claro riesgo de contaminación instantánea: Visto desde fuera, parecía atractivo, tan solo 3 o 4 indios con apariencia de estar semidrogados o semi-inconscientes, se encontraban tumbados en su interior. Bien, nada más asomar el hocico, comprendimos el estado de envenenamiento de aquellas pobres víctimas, pues un insoportable hedor a pies y orina concentrada, dominaba toda la atmósfera interior. Imposible pasar del umbral de la puerta, sin desfallecer como los de dentro. No descarto que alguno fuese ya fiambre, dado el espantoso hedor ácido y penetrante.

En la sala de espera de mujeres, las cosas eran muy distintas, no olía a diabólico espanto, pero si helaban sus metálicos bancos, donde nos recostamos como pudimos mientras el frío iba penetrando indefectiblemente por nuestros riñones. Con sana envidia, pude oír a Steve roncar. Yo, personalmente creo que dormí unos 10 minutos, entre las 5 y las 6 de la mañana. Antes de eso, me pregunté varias veces quíen demonios me mandaba a mí haber salido de la apacible tranquilidad del monasterio de Rewalsar, para sufrir de este modo semejantes penurias, mientras escuchaba con empatía los gemidos y las quejas de una chica india que se encontraba sentada enfrente, acompañada por su paciente novio. Finalmente, recordé las palabras de Osho, y aprendí a sufrir y edificar de las tribulaciones, no me quedaba otra.

Alrededor de las 6, abrí los ojos con escozor, y comprobé que la habitación se había llenado de gente. Una mujer organizaba sus trastos, cacerolas y cachibaches justo debajo de mi banco. Me sentí culpable de estar ocupando tres plazas, y me incorpore de inmediato. Tenia los pies helados y la espalda molida. Pronto pude darme cuenta de que en el suelo se estaba mucho mejor, y muchos habían improvisado una especie de Jaima árabe, donde descansaban familias enteras y parejas. Al poco tiempo Steve se despertó. Pudimos comprobar que se hacia de día. Un día oscuro y grisáceo, triste. No eran las nubes, me explicó Steve, experto en estudios de impacto medioambiental y biólogo ya jubilado, aunque no hacia falta demasiada aclaración, si se respiraba mínimamente el aire en nuestro derredor. Toda la India se encuentra en el mismo medio-ambientalmente deplorable estado. Imposible ver un cielo despejado, no solo en las ciudades, sino en casi cualquier parte. Los único consuelos azules los experimenté al atravesar Maharaschtra y Madhyah Pradesh, pero el 99% del tiempo asomando la cabeza por la ventanilla del vagón.

La polución reina con descaro en todos los lugares. No es de extrañar, pues no solo la mayoría de los motores se encuentran a años luz de toda normativa en cuanto a emisiones, sino porque esta gente lo quema absolutamente todo, y la mayoría de los desechos, son plásticos. "They are killing themselves", me decía Steve con alegre resignación. Nada más lejos de la realidad, ambos coincidimos en que la ausencia de consciencia y entendimiento, están conduciendo a este pueblo a su propio suicidio ecológico y ambiental. Sin lugar a dudas, triste, pues ni siquiera pueden preocuparse de estos asuntos, liados como están en vender sus naranjas, plátanos y mercaderías a cualquiera que se precie. Plátanos y naranjas y árboles siempre grises y mortecinos, cubiertos de una espantosa capa de muerte en polvo, que se suceden kilométricamente por las carreteras del Norte, salpicados por charcos de basura en descomposición.

Tras estas penosas reflexiones, salimos al exterior con bastante desasosiego, camino del edificio donde deberíamos pelear por dos pasajes en Tat-Cal. El día era frío, y oíamos cuervos graznar a la muerte por encima de nuestras cabezas,  posados sobre los eucaliptos de los alrededores del parking de la estación. A escasos metros, se alzaba humildemente el pequeño edificio que debía albergar a los descarriados que, como nosotros, necesitaban un pasaje. Aun quedaban 40 minutos para que abriese, y ya eramos unos 50 arremolinados alrededor de la puerta. Entre gritos, empujones y alguna que otra pelea, entraron los funcionarios de la Indian Railways. A menos diez, una terrible nube de humo toxico llego de unas praderías cercanas. Sin duda era plástico. Ahogados, metimos la cabeza dentro de las camisetas, tratando de respirar sin intoxicarnos en el intento. Los indios, impasibles, solo permanecían atentos a las puertas, sin importarles un pimiento que lo que estaban respirando, era letal. A las 8 menos cinco éstas se abrieron, y en avalancha entramos todos. Yo delegué en Steve, consciente de que su ingles era mucho mejor que el mío,  y me dejé caer destruido sobre un muro, deslizándome hacia el suelo mientras oía como le contestaban con negativas.

Desesperados, tiramos los formularios al suelo y salimos a la calle, o al infierno, según se mire. Fuera, la vida ya había empezado, otro día más, en India. Autobuses, gente, mucha gente, ruido, pitidos de claxon. El viaje, por lo suelos. Sin opciones de tren, el sueño de India se evaporaba, en un país cuyas distancias son enormes y cuyas carreteras son execrables.

Sin ilusión y sin fuerzas para apenas pensar, decidimos coger un autobús dirección Rishikesh, en el caso de Steve, y dirección Mandi y Rewalsar, en el mío propio. Otras 8 horas por delante de infernal autobús, a pesar de llevar 30 horas sin pegar ojo, pero no me importaba con tal de llega a Rewalsar y que me dejaran en paz de una vez por todas, en compañía de mis amigos, los monos,  los perros y  los templos tibetanos. Para mayor desgracia nuestra, en Chandigarh existen dos estaciones de autobús, pero nuestro desconocimiento hizo que nos dirigiésemos a la incorrecta, que a la postre resultaría la correcta, debido al afortunado error de un funcionario Sij que nos redirigió a la incorrecta. Todo bastante complicado, pero su error hizo que una especie de ángel de la guarda nos ayudase.




Su nombre, Malik Sandeep, policía de la estación de autobuses norte de Chandigarh y profesor de Kickboxing. 27 anos, mujer y una niña pequeña que pronto cumpliría un ano de edad. Una persona desinteresada, cristalina, amante de su trabajo y de enorme corazón. Este hombre nos salvó de la máxima desesperanza, al menos en mi caso. Como siempre suele ocurrir en la vida, cuanto mas oscuro sea un túnel, mas lúcida será la luz que ilumine la salida.

En poco mas de media hora, no solo teníamos nuestro billete de tren hacia Varanasi, sino los de todo el viaje: Mumbai, Goa y Delhi. Cuatro trayectos por 1400 rupias, unos 20 euros. Sorprendidos, aunque demasiado agotados para caer en la cuenta de semejante golpe de suerte, nos bebimos un chay caliente los tres en la sucia, polvorienta y atestada de ruido y tráfico avenida principal, al cual nos invitó. Tras intercambiar correos, direcciones y efusivos abrazos con este singular tipo, caímos felices y rendidos en otro autobús camino a Rishikesh (170rp).Al final me decidía por Varanasi, pasando unos días por Rishikesh con mi amigo Steve, olvidando el cobarde refugio del cómodo Norte. La India todavía me estaba esperando...

Otras 7 horas, también sin dormir, en otro colectivo ordinario y abarrotado, con música india atronadora, control anti-alcohol de los militares incluído, humo, polvo, miseria y decadencia visual gratis por las ventanillas. Podría haberme quedado dormido de pie, pero lo hice, involuntariamente, apretujado entre la ventanilla y un indio que viajaba acompañado por su novia, apretujada a su vez por otra chica, apretujada a su vez por otra gente. Mientras, Steve dialogaba animado con una gruesa mujer, profesora, según nos dijo, de un colegio en Haridwar. En caso de accidente, seriamos carne picada para medio país, entre amasijos de hierro y porquería. Ya nada nos importaba. A las 9 de la noche, tras casi dos dias sin ver la cama, aun tuvimos fuerzas para rechazar 3 guest house que carecían de ducha, salir a cenar, y gastar interminables bromas en Haridwar. Al día siguiente, ya descansados, cogimos otro autobús, uno mas, dirección Rishikesh. El viaje, estaba salvado..pero, That's India!!!


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