lunes, 7 de mayo de 2012

La sociedad líquida

Comprender los problemas que padece nuestro mundo, requiere profundizar a menudo en los patrones de comportamiento que rigen la sociedad actual. Sociólogos como Zygmunt Bauman, acuñaron el término de la sociedad líquida, seguramente con la intención de reflejar una realidad que, como el líquido, fluye y puede cambiar de estado a una velocidad vertiginosa. El nombre en sí hace alusión por lo tanto a una sociedad en permanente transformación, cuya ideología de consumo preestablecida rinde un claro culto a lo nuevo. Recuerdo hace diez años cuando en clase de Geografía Industrial, estudiábamos los ciclos de vida de los productos, sujetos a parámetros de competitividad empresarial y renovación constante: lo que hoy se conoce como la obsolescencia planificada o programada, que tantos recursos demanda y desechos genera, en un mundo cada día más pequeño, interconectado y poblado.






Pero la clave del asunto radica en analizar la génesis. Desde el final de la segunda guerra mundial, el capitalismo ha ido progresivamente canalizando un plan de socialización basado integramente en el consumo, convirtiendo al hombre a su imagen y semejanza, es decir, en un producto de consumo que basa su existencia en el reflejo de los propios deseos que este proyecta. Desde pequeño, el humano se encuentra condicionado y programado para consumir. Está atado a un futuro, en cierto modo, presentizado. Hoy, este deseo infundado va aún más lejos y está cada vez más canalizado a través de las modas y las nuevas tendencias, que usan como soporte la publicidad, y sobretodo y entre los más jóvenes, las redes sociales. 






Ante este panorama, surge una juventud y a la postre una sociedad entera, cada día más moldeable y neofílica, que se cansa con rapidez de las cosas y busca lo nuevo con creciente ansiedad. En palabras de Bauman, la búsqueda activa de la felicidad se basa más en el deseo individual y la acumulación de bienes tangibles, que en la aspiración ilustrada para el conjunto del género humano. Toda esta nueva realidad va aún más allá, pues ya no se trata sólo del consumo de bienes materiales, sino del propio consumo humano, es decir, humanos consumiendo humanos. No es de extrañar por lo tanto, que la transformación y posterior crisis de los valores tradicionales discurra en paralelo con todo este proceso. Estamentos como el de la familia o valores como la fidelidad, la generosidad, o el propio amor se encuentren en vías de extinción, dando paso a otros más acordes con los tiempos que vivimos: ambición, competitividad, egoísmo...Estos nuevos valores casan a las mil maravillas con un individualismo egocéntrico y materialista y una soledad creciente, en un mundo cada día más frío, distópico y tecnocrático en el que todo, humanos incluídos, está sujeto a un interés creciente de índole productivista y económico.


¿Llegaremos a esto?

1 comentario:

  1. Claro que llegaremos, no te quepa duda. El capitalismo necesita que la sociedad actual tenga estos instintos egoistas y consumistas para prevalecer. Simplemente interesa que el ser humano sea un producto de consumo. Saludos

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